El
beso de Judas
Si no existiera el beso, las miradas se
ofrecerían con otra intención, en otro tiempo y lugar. No recordaríamos como
fue nuestro primer, o último beso. Por
qué hay besos que no se olvidan ¿qué hubiera sido de Judas, sin aquel beso? La
famosa traición se hubiera perpetrado quizá con sus ojos. Una mirada
inquisidora, desleal, que hablara de alta traición en un único y cruel
parpadeo. Incluso hubiera podido ser el todo servido en una única mirada:
huraña, infiel, ingrata, amarga, despechada… y fuera esta la que se hubiera
perpetuado en el tiempo, como la mirada más odiada de la humanidad.
Si en vez de un beso, fuera un abrazo el
celebrado. Nos acercaríamos de otro modo, ilustraríamos el cariño con otros
encuentros. Las manos gesticularían a veces simultáneas, o alternas según el
caso. Una tomaría el hombro con dulzura, y la otra se acercaría a la cintura.
En otras ocasiones, la mano derecha se arrojaría sobre la solapa con gesto
ampuloso, y la izquierda sin dar tiempo a reaccionar, se aferraría balanceándose contra la persona. El valor
expresivo de estos gestos, no sería tan sutil como lo es el beso, serían
expresados al igual que una danza, o un teatro, expuesto abiertamente al público.
Si no existieran los besos y tal gesto lo
tornáramos en olor ¿qué sucedería? Pues que el mensaje químico, ficticio en
ocasiones, que define a la persona, que emociona, qué disgusta, que nos puede
volver incluso locos; cobraría el valor de un beso. Y si el olor es de cariño y
confianza, todo iría bien. Pero si el olor residual del descontento y del enojo
se descubriera al instante, no permitiría el acercamiento, ni la reconciliación.
Nos negaríamos en la distancia.
Si por el contrario cambiamos besos por tacto,
la experiencia se convierte en compleja y significante. Esa piel que es sensible
al frío, al calor, a la presión y al dolor. Que siente el viento, la lluvia, la
música. Qué la luz del sol alegra, y la luna la embarga de nostalgia; sería la principal
responsable de detectar amistad, odio, temor… exploraríamos únicamente mediante
el tacto, descubriríamos como hace el niño, donde termina su mundo y donde otros.
Si no pudiéramos dar un beso, ni dos, ni
ninguno. Que este hecho fuera extinto, quizá los amantes se trastornarían, pero
de seguro lloraríamos de melancolía, porque el abrazo, la mirada, el tacto y el
olor permanecerían huérfanos, sin un beso.