martes, 4 de febrero de 2014

La importancia de un beso.


El beso de Judas

 

   Si no existiera el beso, las miradas se ofrecerían con otra intención, en otro tiempo y lugar. No recordaríamos como fue nuestro primer, o  último beso. Por qué hay besos que no se olvidan ¿qué hubiera sido de Judas, sin aquel beso? La famosa traición se hubiera perpetrado quizá con sus ojos. Una mirada inquisidora, desleal, que hablara de alta traición en un único y cruel parpadeo. Incluso hubiera podido ser el todo servido en una única mirada: huraña, infiel, ingrata, amarga, despechada… y fuera esta la que se hubiera perpetuado en el tiempo, como la mirada más odiada de la humanidad.

   Si en vez de un beso, fuera un abrazo el celebrado. Nos acercaríamos de otro modo, ilustraríamos el cariño con otros encuentros. Las manos gesticularían a veces simultáneas, o alternas según el caso. Una tomaría el hombro con dulzura, y la otra se acercaría a la cintura. En otras ocasiones, la mano derecha se arrojaría sobre la solapa con gesto ampuloso, y la izquierda sin dar tiempo a reaccionar, se aferraría  balanceándose contra la persona. El valor expresivo de estos gestos, no sería tan sutil como lo es el beso, serían expresados al igual que una danza, o un teatro, expuesto abiertamente al público.

   Si no existieran los besos y tal gesto lo tornáramos en olor ¿qué sucedería? Pues que el mensaje químico, ficticio en ocasiones, que define a la persona, que emociona, qué disgusta, que nos puede volver incluso locos; cobraría el valor de un beso. Y si el olor es de cariño y confianza, todo iría bien. Pero si el olor residual del descontento y del enojo se descubriera al instante, no permitiría el acercamiento, ni la reconciliación. Nos negaríamos en la distancia.

   Si por el contrario cambiamos besos por tacto, la experiencia se convierte en compleja y significante. Esa piel que es sensible al frío, al calor, a la presión y al dolor. Que siente el viento, la lluvia, la música. Qué la luz del sol alegra, y la luna la embarga de nostalgia; sería la principal responsable de detectar amistad, odio, temor… exploraríamos únicamente mediante el tacto, descubriríamos como hace el niño, donde termina su mundo y donde otros.

   Si no pudiéramos dar un beso, ni dos, ni ninguno. Que este hecho fuera extinto, quizá los amantes se trastornarían, pero de seguro lloraríamos de melancolía, porque el abrazo, la mirada, el tacto y el olor permanecerían huérfanos, sin un beso.

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